martes, 20 de marzo de 2012

EN LA PRESENTACIÓN DE SOMOS MATERIA DESECHABLE DE LUIS ANTONIO GONZÁLEZ

“A veces tengo la impresión de que una epidemia pestilencial azota a la humanidad en la facultad que más la caracteriza, es decir, en el uso de la palabra; una peste del lenguaje que se manifiesta como pérdida de fuerza cognoscitiva y de inmediatez (...) La literatura (y quizá solo la literatura) puede crear anticuerpos que contrarresten la expansión de la peste del lenguaje”.[1] Y porque compartimos estas palabras de Italo Calvino estamos aquí, para presentar Somos materia desechable de Luis Antonio González, perteneciente a la colección Baños del Carmen de Ediciones Vitrubio, editorial que sigue empeñada en que siga habiendo poetas y libros de poesía en estos tiempos menesterosos.
 “Hay dos maneras de hacer crítica literaria, dos modos de ver críticamente un libro, dos tratamientos que darle (algo así como el “tú” y el “usted” –penumbra o luz- del diálogo): el tiento y el análisis”. Quien esto escribió fue el autor de Crimen. Agustín Espinosa en “Tiento y análisis de Romanticismo y cuenta nueva, de Gutiérrez Albelo”, señala que “tentar una cosa es bien distinto de analizarlo. El tiento es aún emoción. El análisis es ya frialdad rígida. (...) Ambos son buenos hermanos, sin embargo, como lo blanco y lo negro, cuando se les oye al mismo tiempo, se piensa en lo útil de su maridaje”.[2] Es decir, toda lectura debe implicar una colaboración y casi una complicidad, como proponía el maestro Borges.
Sin detrimento del misterio consustancial a la poesía hemos defendido siempre que el acto crítico implica desciframiento y desvelamiento de sentidos ocultos. Ello es fundamental porque toda obra de lenguaje provoca lo que Joan Ferraté llamó ilusión de denotación, en la que lo denotado es la propia connotación y donde  hay varios niveles de escritura que exigen igual número de lecturas.
            En la dedicatoria, coherente con el título, leemos un “a lo que desecho de mí” que es una clásica captatio benevolentia que nos retrotrae al Fray Luis de León  de “se me cayeron como de entre las manos estas obrecillas”, pero este es un libro en el que hay escritura y literariedad, dos condiciones inexcusables en una obra literaria. Su autor nos presenta treinta y seis poemas sin título, que son fragmentos de un único poema, sin estrategias de enmascaramiento del yo, aunque ya sabemos que en poesía el sujeto, el yo poético, no es más que un efecto del lenguaje.
            Los versos “amores consumados/ desechados en unas horas” podrían justificar el título del libro, pero Somos materia desechable es mucho más que lo que confiesa Luis Antonio en un reciente y generosísimo recital on line. Declara González que su escritura “tiene bastante que ver con un deshacerse de lo que va pesando, de lo que parece pero no es”, que surge por la necesidad de contar “esas relaciones fugaces, consumibles” propias de nuestra sociedad capitalista, urbana, en las que se pasa “del enamoramiento al desamor sin pasar por el amor”, pero “sin la impostura propia de la poesía”.
En el mismo ciberrecital indica el poeta que tenemos ante nosotros un texto escrito con la visceralidad de mirarse a un pequeño espejo, cristal con un desproporcionado marco negro. O sea, el yo poemático se enfrenta a sí mismo. “Frente al espejo. Un breve espacio ignoto/ parece hundirse/ en una sombra negra de madera” (página 18). Hundirse, “apuntarse a bocajarro”, herirse, ahogarse, en la búsqueda del otro, hasta “beber de tu propia hiel y de tus fraudes”, “contra el espejo que me afrenta” (página 47). Dicho sea de paso no deja ser curioso la semejanza del espejo con el diseño de las publicaciones de esta editorial, de modo que el lector se sitúa también ante un reflejo especular.
Entremos en materia. En la primera parte, “Contra el tiempo”, con Cortázar al fondo, hallamos una reflexión llena de ecos del siglo XVII, o de Quevedo y Calderón, con la reescritura desde el mismo título de tópicos como el tempus fugit, memento mori, meditatio mortis y si me apuran el sic transit gloria mundi o el vanitas vanitatum, o la presencia del otoño, “las horas negras” y “las horas muertas”, por no hablar de esa “laguna helada/ de las palabras”, sugeridora de la fúnebre laguna Estigia. En “Somos materia desechable”, la segunda parte, el tono filosófico-moral se convierte en desengaño: putrefacción, caducidad, “charco de mentiras”, “nos queda poco, tal vez,/ para terminar de consumirnos” o versos como “perdimos el tiempo”. En la última sección, “Grito, azul, y el viento me devuelve, gris”, la desilusión, expresada amargamente: “Pudre mi juventud/ en las manecillas roídas del tiempo”; “la noche que se cierne, / guadaña o lecho sepulcral”; “el tiempo que se convierte en espacio”, “monte de mentiras” “la existencia elíptica”… se transformará en terribles y desasosegantes certezas: “no hay más que lo que uno es/ cuando no se esfuerza por ser nada”; “hoy no soy”, “miedo a hacernos preguntas”; “aves que anidan/ en jaulas grandes”, “envejecer, desvanecerme./ Desconocerme, olvidarme./ (…) Tornar a caduco”; “los finales no tienen que ser perfectos” y “dudar, por qué no dudar de uno mismo”. Como se ve, una vez franqueado el pórtico de Somos materia desechable no regresamos igual, eso es lo que tiene la iniciación en los misterios órficos.
Retomemos en este momento a la materia verbal de los poemas. En virtud de lo apuntado al principio sobre la existencia de diferentes niveles de escritura que provocan un número equivalente de lecturas, intentaremos ahora una decodificación vinculada a la metapoesía, preocupación connatural a todo poeta, en la que, como es sabido, el tema del poema es la propia poesía y las limitaciones del lenguaje para expresar circunstancias inefables. Dicha metapoesía es constante en el poemario, concediéndole un suplemento de literariedad pues se constituye en un segundo grado de la escritura según la terminología de Roland Barthes.
En la primera parte encontramos versos como “para que este poema/ y yo/ dejemos paso al silencio”; “con un verso que sólo rima” o “palabras secas”; En la segunda hay muchos más: “las palabras precisas”, “la hoja en blanco”; “nos hemos escrito tanto/ (…)/ aunque no sepamos/ siquiera el tacto de nuestras palabras”; “digiero las frases prescritas”; “papeles usados/ y versos dispuestos/ a olvidarse o a no decir nada” o “no importa lo que digamos./ Nadie está atento/ a los abortos en forma de palabras”. Por último, en la tercera leemos: “algún verso libre”; los papeles que se caen “de entre las piernas”; siniestros blancos entre palabras,/ entre líneas escuálidas/ escritas a mano temblorosa e incoherencia”; “purgar las páginas/ asesinas”; “oliendo a quemado el cuaderno,/ a ayer las palabras”; “cadáveres de las palabras lanzadas/ al fragor de la batalla” o “el recuerdo/ que ya no nutre ninguna página”.
Otro rasgo de literariedad es el recurso al clásico de militia amoris, uno de los tópicos más productivos de la literatura erótica, consistente en concebir el amor y todas sus vicisitudes como una empresa bélica. Veamos:

Los restos de pólvora en las manos
Reconociéndonos vencidos
(…)
Hemos perdido.
Replegamos hace tiempo
nuestro ejército
(…)
pues somos, nada más,
que una paz turbulenta.

Queremos ver también este aspecto metaliterario, omnipresente en el libro, en el tercer poema de “Contra el tiempo”, que me arriesgo a leer con esa clave metapoética. Poco importa si el autor concibió o no ese nivel de escritura ya que me acojo a esa colaboración y complicidad, ya aludidas, implícita en toda lectura.

Saxofón y humo para las noches
en que no apareces.
Una taza vacía
cuenta el eco de tu imagen.
Tengo la luz prohibida
para tu nombre.
(…)
Hoy duermo sólo, como cada noche
desde que te conozco.  

Finalmente, la misma recepción de la poesía es objeto del poema “si hoy me preguntan,/ si es que acaso a alguien le importa”, en una sociedad  que todo lo consume y desecha. Y como a ello contribuyen algunos poetas, Luis Antonio no se esconde a la hora de denostar “el egoísmo apócrifo”, de algunos vates, verdaderos “personajes poéticos” que realizan una praxis escritural irreflexiva, artificiosa, mercantil. Sin duda coincide con Ezra Pound cuando afirma que “la principal causa de la falsa escritura es de orden económico. Son muchos los escritores que quieren dinero, o que incluso lo necesitan. Estos escritores podrían curarse de ese mal con una buena ración de billetes de curso legal.”[3]
Concluyamos. El editor indica al inicio del poemario que éste es “el resultado del trabajo de un poeta cuidadoso hasta el máximo, que conoce el peso del lenguaje”. Como escribiera Lorca, “es muy difícil ser poeta. Es mejor ser farmacéutico” o si me lo permite Luis Antonio, más fácil ser “bancario”, pero, después de nueve obras, a diferencia de Saint-John Perse, “Te he pesado, poeta, y no te he hallado falto de peso”.

Federico J. Silva, marzo de 2012






[1] Italo Calvino: Seis propuestas para el próximo milenio, Madrid, Siruela, 2008, p. 68.
[2] Agustín Espinosa: Crimen y otros textos, Islas Canarias, Viceconsejería de Cultura y Deportes del Gobierno de Canarias, 1990, p.15.
[3] Ezra Pound, El abc de la escritura, Madrid, Ediciones y Talleres de Escritura Creativa, Fuentetaja, 2000.

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